Miedo al cambio

Todos los seres humanos tenemos miedo al cambio, una reticencia innata a modificar nuestro entorno o nuestra forma de relacionarnos con él.

Nos cuesta cambiar nuestra forma de vestir, nuestra forma de alimentarnos e incluso nuestra forma de pensar.

Veamos por qué este sentimiento es generalizado más allá de nuestra cultura o nuestra nacionalidad.

Aceptar nuevas ideas

El miedo a aceptar nuevas ideas no es una cuestión de inteligencia ni de coeficiente intelectual.

Personas no muy inteligentes pueden abrazar nuevos avances científicos sin demasiados problemas aunque no lo comprendan todo, y personas muy inteligentes pueden empeñarse férreamente en rechazar algunos hechos científicamente demostrados.

Una vez que nos hemos formado una idea o creencia, o incluso aunque la hayamos heredado de nuestra familia, puede que nos resulte muy difícil deshacernos de ella, incluso aunque tengamos un montón de evidencia científica en su contra.

El poder del clan

Uno de los mecanismos psicológicos implicados en esta resistencia al conocimiento nuevo tiene que ver con el valor de la pertenencia a un grupo. 

Desde el origen de los tiempos, el ser humano, o su borrador, se organizaba en grupos sociales más o menos amplios, donde cada miembro tenía una función que garantizaba en lo posible la supervivencia del clan.

Quedar fuera del clan no solo era peligroso, sino que podía suponer incluso la muerte. Si perdíamos la protección del grupo quedábamos a expensas de las adversidades meteorológicas, el hambre o los depredadores.

Por eso, percibir que no somos aceptados por el grupo al que sentimos que pertenecemos sigue costándonos tanto y es tan difícil de asumir.

Este es el origen del “nosotros» frente al “ellos”. 

En este aspecto tenemos un buen ejemplo en la alimentación.

Cambiar la manera de comer, desechar alimentos habituales pero no saludables y sustituirlos por otros nuevos, o modificar la forma de cocinar, pone en cuestión la tradición familiar y ese vínculo tan fuerte del clan que se ha establecido a lo largo de generaciones en torno a la comida.

Respecto al valor del grupo, la ciencia también indica que la influencia de líderes carismáticos es importante para que las personas acepten o rechacen las ideas.

Pertenecer a un grupo con un líder atractivo es algo deseado por mucha gente, porque da sensación de tranquilidad y seguridad.

Y si abandonar una idea o acoger otra nueva supone abandonar emocionalmente a un grupo reconfortante, esa idea tiene muchas posibilidades de ser dejada de lado.

Percepción irracional del riesgo

El riesgo no es percibido de modo racional, con el cerebro, sino de forma emocional.

La percepción irracional del riesgo es una distorsión cognitiva que nos hace percibir la posibilidad de un riesgo como mucho mayor de lo que es en realidad.

La percepción irracional del riesgo es lo que hace que sea imposible para algunas personas tomar un determinado medicamento, o no tomarlo, vacunarse, o no vacunarse, dejar de beber leche, aumentar la ingesta de grasas saludables, darse un baño helado en invierno…

Ese miedo al riesgo nos impide hacer cosas cuyas consecuencias percibimos como peligrosas.

Se ha observado que cuando determinados hechos o datos contradicen nuestras ideas, se activan las áreas cerebrales relacionadas con el miedo, como la amígdala, la ínsula, la corteza cingulada anterior y la corteza prefrontal dorsolateral.

La entrada en este “modo miedo” eleva los niveles de cortisol  y otras hormonas del estrés que producen daño en las neuronas.

En este estado es imposible que podamos pensar con claridad o ser creativos. La emoción es tan intensa que se deja de escuchar al ponente, se cierra el libro o se cambia de canal.

El sesgo de confirmación

Por otra parte, el sesgo de confirmación es muy poderoso. Este sesgo significa que prestamos más atención a datos o hechos que pueden confirmar nuestras ideas que a datos o hechos que las pongan en entredicho o, directamente, las contradigan.

Se produce porque cuando uno confirma sus ideas, el cerebro funciona como si reforzara su identidad y su ego y se libera un pulso del neurotransmisor dopamina, que produce sensación de placer.

A todo esto se suma que la mayoría de las personas tiende a creer en lo que es más conveniente para ellas y a no creer lo que las incomoda. 

Creer que hacer ejercicio a diario, dejar atrás el sedentarismo y seguir una dieta saludable hará que mejore tu salud es incómodo. Es más fácil negar la existencia de toda la evidencia científica a favor, quedarte con la idea de que la enfermedad es algo que ocurre por azar y seguir normalmente con tu vida de comida procesada y sofá.

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